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MIG Prisma. 20 años después.

En el último capítulo de Juego de tronos, Tyrion Lannister se dirige a los últimos señores de Poniente que habían sobrevivido a las sucesivas guerras y, flanqueado por Gusano Gris, les dice que después de mucho pensar había descubierto qué era lo que realmente unía a los pueblos: “Las grandes historias”. Era la reflexión final de una gran historia trufada de muertes, reyes necios y débiles, héroes que no lo son tanto, traidores reinsertados, incapaces que mandan, mezquinos que sobreviven, sabios que obedecen… Un mundo que debía ser gobernado por Brand “El Tullido”, el hombre “que podía volar”. Como la vida misma.

Trasladado al marketing y a la comunicación, hoy lo que hacemos es contar historias de marca que buscan mostrar la parte más humana y emocional de las empresas y organizaciones. Pero en cierto modo, siempre son historias de héroes. Al fin y al cabo, a nadie le gusta ser el malo de ninguna historia. Eso no vende.

Pero la vida de las empresas es un juego de tronos en el que confluyen, conviven, combaten, evolucionan o mueren (en el sentido figurado de la palabra) personajes y personalidades de todo tipo. Así que vamos a contar la historia de Prisma desde una perspectiva más emocional, el viaje de sus fundadores a la madurez antes de que fuese adquirida por MIG hace siete años. Es esa parte de la historia que nos hace humanos y, por tanto, errados.

Santander. Año 1998.

Dos amigos a los que les une la pasión por el fútbol y una parecida forma de entender la vida, empiezan como juniors en una empresa de comunicación para ganar algo de dinero mientras perfilan su futuro. Uno estudia una carrera técnica (Ingeniería) y otro de letras (Derecho). Ambos sueñan con emprender, antes soñaron con se futbolistas profesionales. Después del Real Madrid, las super modelos y las novias de los demás, crear una empresa para ser dueños de su futuro era su tema de conversación favorito de aquel entonces.

Madrid. Año 2000.

Un programador brillante y obsesivo que trabaja en una subcontrata de Telefónica desarrollando código recibe una llamada de esos dos amigos. En el salón de su casa le cuentan una idea: crear una agencia de publicidad que integre internet como una de sus soluciones. Internet iba a pedales y el email era cosa de unos pocos. No existían ni los Google, Facebook, Youtube, etc. Los teléfonos inteligentes salían en las películas de ciencia ficción. Terra era lo más cool. Messenguer, lo más parecido a Tinder. El programador dice que sí, que vale, que Madrid es muy cara y se trabaja mucho. Sin un euro para emprender, pero ya hay pacto de socios y una idea muy clara de qué queríamos.

Santander. Año 2001.

Una oficina de 50 metros en el centro de Santander alberga el nacimiento de Prisma, como marca, Prisma Imagen Empresarial como razón social. Denominación sencilla, con un logo aún más sencillo, marca los inicios de una estructura de tres socios y un solo diseñador. Muchos años después nos preguntaban el porqué del nombre, y se llegó a construir un sesudo argumento para justificarlo. No es cierto: en casa de uno de los fundadores había una foto enmarcada, un prisma atravesado por un haz de luz. Siempre le gustó esa foto.

Santander. Año 2001.

La primera factura emitida por Prisma es para un cliente al que producimos un plotter de 15 euros… La que nos salva de perecer el primer año, es una factura que lleva aparejado un cheque de algo más de 6.000 euros que cobramos tras cinco meses trabajando en una memoria corporativa. Lo recibe uno de los socios y le tiembla la mano al cogerlo. Ese cheque lo expide Antonio Díez Carmona, fundador de Cuatrocaños Promociones Inmobiliarias. Él había sido el origen y principal impulsor de que meses antes empezáramos a emprender, él nos animó a confiar en nuestro talento, él nos enseñó con su ejemplo lo que era y es ser emprendedor. A caerse 100 veces, a no levantar mucho la cabeza por si te la cortan, a escuchar al que merece ser escuchado entre tantos que te hablarán solo con interés de derribarte. Él es y será siempre el más querido cliente de esa parte de la historia de Prisma.

Santander – Madrid. Años 2002 a 2006.

Es una etapa que quizá define “crecer sin sentido”. Es la época de emprendedor en que unas veces te sientes Lannister, otras Greyjoy.  El primer millón de euros facturado, llevó al segundo y el segundo al tercero, el tercero al cuarto… Oro y hierro. Nace la oficina de Madrid y la agencia se estira y encoge cual muelle dislocado. Crees que eres empresario porque ganas más dinero, das trabajo a más gente, viajas más lejos, subes más alto, tu coche es mejor que el anterior, tu ropa más cara, tu autoestima más alta, las becarias siempre más guapas. Pese a que son años de crecimiento, es paradójico que el mejor recuerdo y lo único de lo que te sientes orgulloso es que jamás nos corrompimos. En un país lleno de mierda, donde los negocios se hacían en restaurantes caros, sedes de partidos políticos y locales con neones más o menos discretos, nunca tuvimos necesidad de meternos los dedos en la boca para aliviar nuestro malestar.

En cambio, no supimos cuidar bien, bien, bien a las personas que trabajaban con nosotros, a cuidar específicamente a los más talentosos, a los que más aportaban y más bondad tenían. No estuvimos a su altura, darles lo que necesitaban y, tampoco, expulsar antes del proyecto a los que nunca sumaban, esos cánceres organizativos que solo alientan la desunión. Es lo que tiene ser el Jaime Lannister de las primeras dos temporadas, que te tienen que cortar la mano y empezar a fijarte en otros más nobles para comprender que el camino del empresario no es el oro, es el honor, el tuyo y el de los que te rodean. Pero eso viene después.

Santander – Madrid 2006 a 2008.

Una lección de vida. Tu facturación sigue creciendo al mismo tiempo que diferentes golpes en la vida y en los negocios que nos hacen pensar qué queremos ser de mayores. Es fácil asociar que lo aprendimos con la crisis de 2008. Pero no. La mayor lección empresarial nos la da uno de los mejores clientes de ese momento. Después de dos años trabajando con él, conociendo lo que hacíamos, cómo lo hacíamos, para quién lo hacíamos, con qué recursos y personas, intenta crear una agencia a partir de nuestros equipos y parte de nuestros clientes. Esa falta de ética y escrúpulos, y de los que alentaron ese intento, cambió para siempre el signo de lo que somos: nos hizo infinitamente más fuertes, mejores, más humildes, más éticos. Maduramos como personas y gestores. Todo el equipo de la aquella Prisma salió reforzado. Hoy muchos de nuestros directivos son fruto de esa etapa, nunca nadie se sintió más orgulloso de con quien trabajaba y trabaja ahora.

Santander – Madrid –2008 a 2013.

La gran crisis económica es una época hiper estimulante y creativa, a todos los niveles. Una organización reforzada en sus vínculos aborda la crisis ávida del desafío. La quiebra de nuestro mayor cliente de ese momento golpea económicamente a la organización pero ésta es fuerte económicamente y cohesiona aún más a los equipos. Son años de new business hiperactivo, mejores clientes y proyectos, más relevancia sectorial, mayor diversificación, nacimiento de Altalia (hoy MIG Embryonic)… En ese camino, Prisma se alía con la agencia de eventos y relaciones públicas MPA (hoy MPA 361º) para desarrollar una propuesta de valor conjunta al mercado que se mantiene vigente hasta 2013. Todavía queda algo de Lannister en ti, pero cada vez eres más Stark, aunque los demás solo vean una parte de ti. La vida te enseña a aceptar los golpes sin creer que son una conspiración, sino que forman parte de tu evolución y que mostrarte resistente, estable, como organización o como líder es lo que esperan de ti los demás, confían en que tú serás el brazo más fuerte y debes serlo. Es sintomático: es cuando empiezas a ser feliz con lo que haces, con cómo lo haces, porque entiendes por qué lo haces. Ya no lo haces por tener un coche mejor, lo haces por defender el Muro.

Madrid – Barcelona – Santander 2010 a 2014.

En todas las agencias hay clientes y personas que marcan las etapas. En lo bueno y en lo malo. Muchas veces son por una campaña o campañas que gozan del reconocimiento de los ávidos de reconocimiento, por el trabajo con un gran director de marketing o por el tamaño de la organización o la cuenta. Al igual que en la primera década, hay un cliente que nos marca -visto hoy en perspectiva es un cliente muy pequeño pero inmenso a nuestro corazón-, en esta etapa hay dos clientes que definen gran parte de lo somos. El primero de ellos es la Escuela de Negocios ESIC, un cliente al que jamás hemos llevado una campaña a certámenes pero con el que, desde el primer momento, tuvimos una conexión especial, un vínculo a sus valores como organización y a los de las personas que allí trabajan que trasciende lo profesional. Algunos de sus directivos y equipos han sido, son y serán referentes intelectuales, éticos y profesionales para nuestra organización. Son lo más Stark que nunca hemos conocido.

El segundo es la compañía británica Aviva. Habíamos trabajado con otras compañías internacionales, pero nunca antes habíamos llegado a penetrar tanto en el modelo organizativo de un gigante mundial. Fue un desafío constante, pero a la vez era vivir en una especie de Alejandría profesional, una organización 10 años por delante de las demás en innovación y cultura corporativa. Ver como en España se podía trabajar con un modelo tan líquido, multicultural y transdisciplinar nos hizo pensar en qué fantástico debe ser apellidarse Targaryen y poder ir montado en Dragones.

Años 2014 a 2021.

MIG lo cambia todo porque llega en el momento donde todo tenía sentido. Contar esta parte de la historia es lo que menos importa. Es una historia que sigue haciéndose, donde cada día decenas de personas se dejan el alma por hacer el mejor trabajo posible para clientes de relevancia global. Pero la historia se parece cada vez más a la última escena de Juego de tronos, donde el nuevo Consejo del Rey está formado por aquellos que sobrevivieron a su propio destino. Terminan hablando de si reconstruir los burdeles o la flota naval. Cuando llegas a ese punto de la historia, es que todo fluye y que te has reconciliado con lo que eres y has aceptado que eres así. Es en ese momento donde te das cuenta que las empresas que también triunfan pueden ser como Jaime Lannister, empezar tirando a un niño por la ventana para preservar su posición y evolucionar paso a paso hasta ser un caballero leal, de profundo honor, que termina luchando por todos contra los muertos.

Hoy.

Más de 4.000 campañas después. Más de 3.000 proyectos digitales después. Más de 90 millones de euros facturados. Más de 300 personas después. Más de todo después, lo que eres es como empresa y organización es 30% talento, 20% memoria, 50% voluntad, resiliencia, ilusión colectiva y buen corazón. Lo primero te mueve al futuro, lo segundo te corrige en la dirección correcta, lo tercero te consolida y sostiene. 

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